viernes, 27 de julio de 2012

Microficciones y otras bestias (Cuentos cortos)


1
Esa noche, recostado en mi sillón escuchaba en inusitado éxtasis Led Zeppelin. El frío era también embriagante. Cerré mis ojos y cuando volaba en mi sagrada abstracción sentí de impacto el peso en plomo del silencio. Me aferré al sillón. Sentí miedo. Y en medio de ese oscuro silencio sólo las agudas y estridentes melodías de mi memoria me aseguraban el morbo de mi adicción plutónica.

2
Caminé por el grácil azul y vi cómo el equilibrio de mis palabras adormecía mis pasiones. La insensatez llegaba apenas a mis pies. Seguía por el grácil azul hasta que me aburrí y salté al infierno de una saturada metáfora. Comprendí rápidamente que esto no era un infierno, el infierno mismo era yo en mi mismidad. Allí supe qué era el grácil azul.

3
Cerré mis manos tomando la precipitación del silencio. Cierro ahora mi boca ante la vehemencia del vulgo. Cada pisada en mi rostro es un recuerdo de mi eterno retorno. Vuelvo a cruzar el devenir de mis ilusiones y ya no están las antiguas rosas, ni el perfume de los viejos pinos. El silencio de las cenizas llega nuevamente a mi quebradizo tacto.

4
Esa noche caminaba solitario por la acera. Estaba aún lejos de mi casa. No soporté más mis pasos lentos y decidí correr. Cerré mis ojos y corrí con mayor velocidad. Quería correr lo más veloz que podía y lo lograba doblemente. Percibí que ya no tocaba el piso, mis pies seguidamente los dejé de sentir. Un frío intenso se expandió en mi interior. Ya ni sentía mis brazos moverse. Sólo consideré que me quedaba el pensamiento. Lo aceleré entonces a velocidades infinitas y allí sentí la gloria de desaparecerme ante los faros etéreos de un maldito camión de basura.    

5
Cada segundo en mi cuarto llovía más. No controlaba el subir del nivel del agua. Y eso que la lluvia comenzó a mi voluntad. El agua comencé a ingerirla descontroladamente. Perdí de inmediato la audición. Golpeaba a todos lados pero me enredaba con las sábanas y algunas medias. Gemía de profundo dolor de ahogo. De pronto mi mamá abre la puerta, me ve con su acostumbrada mirada triste y piadosa, apaga la luz y cierra de nuevo pero con un gran candado. 

6
Eran las dos de la tarde y Andrés caminaba un poco aburrido por el parque. Sus amigos dormían profundamente, pues habían tenido diversas actividades en la escuela. Andrés al parecer nunca se cansaba. Mientras seguía caminando se encontró entre el monte seco una metra. La pequeña esfera era muy extraña; Andrés por ser de naturaleza muy curioso comenzó a detallar movimientos veloces dentro de la metra. Sentándose junto a la reja del parque acercaba su ojo a la metra y lo alejaba, y en ese ir y venir observaba que se movían algunas cosas de colores en su interior… cuando por fin acercó la metra lo más que podía a sus ojos vio unos seres pequeñitos dentro y del susto la tiró al piso. No podía creerlo. La tomó de nuevo rápidamente, y ya sin ningún miedo, comenzó ver cómo se movían esos seres minúsculos. Lo que más le llamaba la atención es que eran todos de doble figura. Cada uno se duplicaba así mismo. Andrés se reía de lo que hacían. De pronto escuchó a lo lejos varios gritos, y en segundos sintió muchos empujones. Andrés cae al piso, y entre muchísimas carcajadas que oye ve aterrorizado que todos sus amigos también estaban duplicados.



7
Claudio, el niño de la gran imaginación, caminaba por un laberinto que él mismo había inventado. Ya hace mucho tiempo que lo había soñado, hasta que hoy lo quiso hacer realidad. Mientras caminaba colocaba a su voluntad los obstáculos y los desvíos. Disfrutaba mucho más cuando se perdía entre ellos; ya al no tener salida él se inventaba siempre una. En medio del juego observó algo extraño, los obstáculos y desvíos se colocaban sin él pensarlo o decidirlo. Apresuraba entonces los pasos para no perderse y mientras más rápido caminaba más cosas se le ponían en frente. El laberinto, inesperadamente, tomó el poder. Pero como Claudio era muy valiente, aceptó el reto y buscó llegar a la salida. Corrió a toda velocidad por los caminos, por las curvas que aparecían espontáneamente, y siempre lograba esquivar todo. De pronto aparece un monstruoso ser, con diez cabezas y diez brazos, escupiendo fuego a todos lados… y allí Claudio ya no supo qué hacer, no podía ni pensar… se entristeció mucho y quiso despertar.

8
Rodeado en mi cuarto de infinitas bestias y demonios, todas creaciones de mi otredad, incólume, él decidió cerrar mis ojos y penetró el cielo en mi cama.

9
Fumaba aquella fría noche, en la azotea de un edificio abandonado, un trozo del coleto seco que robé del baño público de la plaza, y recostado al instante pude ver, tras intensas y aceleradas bocanadas, la lucha de los grandes dioses hititas y asirios por apoderarse de los cielos.

10
No comprendía la burla de los demás. Seguía caminando por la acera dejando detrás las intensas risas. Sin pensarlo me detuve. Arranqué el poste de luz con todas mis fuerzas y sentía como aplastaba a cada uno mientras, sin poder detenerlas, las risas ya me ensordecían.

11
Lloré aquella noche sin sentido. Comenzó a llover y un frío inadvertido se apoderó de mi cuarto. Las paredes se helaron rápidamente y todo el cuarto se impregno de un intenso hielo. El hielo comenzó a crecer descontroladamente hasta presionarme entre sus enormes paredes. No podía ya respirar… sentí entonces cómo la asfixia del recuerdo se consumaba en un absoluto congelamiento.

12
Llegué esa madrugada a casa con mucha hambre. Fui a la cocina y prendí la luz. Innumerables chiripas y cucarachas corría encima de las hornillas de la cocina. Rápidamente busqué el insecticida sin embargo todas ya habían escapado. Vi sólo una que entraba a una de las hendiduras de la madera podrida del fregador. Descargué mi furia a través del chorro de insecticida por el hueco. Fue sorpresiva la gran cantidad de chiripas y cucarachas que salieron desesperadas. De pronto sentí todo nublado, una extraña emanación de gas oscuro invadió la cocina. La asfixia desorientaba todos mis pasos. En ese mismo momento vi arriba una extraña luz indescriptible, y venía hacia mí, a una gran velocidad, una inmensa sandalia etérea.     



13
Tenía tres semanas en una obsesión espantosa de cómo hallar alguna fórmula matriz para comprender el Todo. Los fenómenos que aprehendía y lograba formular se me iban de inmediato cuando se agregaban otros fenómenos que al principio no consideraba. Lo extraño de estas intensas elucubraciones era que se me ocurrían cada vez que me bañaba… y la terrible consecuencia era que, siempre que me secaba en mi cuarto, dudaba si me había o no lavado el rabo. Ya obstinado en estas tediosas dudas diarias decidí no lavarme más nunca el mismo y ahora, felizmente, teorizo sobre cómo inventar una máquina que dé algodón de azúcar tecnicolor.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario