1
Esa
noche, recostado en mi sillón escuchaba en inusitado éxtasis Led Zeppelin. El
frío era también embriagante. Cerré mis ojos y cuando volaba en mi sagrada
abstracción sentí de impacto el peso en plomo del silencio. Me aferré al sillón.
Sentí miedo. Y en medio de ese oscuro silencio sólo las agudas y estridentes
melodías de mi memoria me aseguraban el morbo de mi adicción plutónica.
2
Caminé
por el grácil azul y vi cómo el equilibrio de mis palabras adormecía mis pasiones.
La insensatez llegaba apenas a mis pies. Seguía por el grácil azul hasta que me
aburrí y salté al infierno de una saturada metáfora. Comprendí rápidamente que
esto no era un infierno, el infierno mismo era yo en mi mismidad. Allí supe qué
era el grácil azul.
3
Cerré
mis manos tomando la precipitación del silencio. Cierro ahora mi boca ante la
vehemencia del vulgo. Cada pisada en mi rostro es un recuerdo de mi eterno
retorno. Vuelvo a cruzar el devenir de mis ilusiones y ya no están las antiguas
rosas, ni el perfume de los viejos pinos. El silencio de las cenizas llega
nuevamente a mi quebradizo tacto.
4
Esa
noche caminaba solitario por la acera. Estaba aún lejos de mi casa. No soporté
más mis pasos lentos y decidí correr. Cerré mis ojos y corrí con mayor
velocidad. Quería correr lo más veloz que podía y lo lograba doblemente.
Percibí que ya no tocaba el piso, mis pies seguidamente los dejé de sentir. Un
frío intenso se expandió en mi interior. Ya ni sentía mis brazos moverse. Sólo
consideré que me quedaba el pensamiento. Lo aceleré entonces a velocidades
infinitas y allí sentí la gloria de desaparecerme ante los faros etéreos de un
maldito camión de basura.
5
Cada
segundo en mi cuarto llovía más. No controlaba el subir del nivel del agua. Y
eso que la lluvia comenzó a mi voluntad. El agua comencé a ingerirla
descontroladamente. Perdí de inmediato la audición. Golpeaba a todos lados pero
me enredaba con las sábanas y algunas medias. Gemía de profundo dolor de ahogo.
De pronto mi mamá abre la puerta, me ve con su acostumbrada mirada triste y
piadosa, apaga la luz y cierra de nuevo pero con un gran candado.
6
Eran
las dos de la tarde y Andrés caminaba un poco aburrido por el parque. Sus
amigos dormían profundamente, pues habían tenido diversas actividades en la
escuela. Andrés al parecer nunca se cansaba. Mientras seguía caminando se
encontró entre el monte seco una metra. La pequeña esfera era muy extraña;
Andrés por ser de naturaleza muy curioso comenzó a detallar movimientos veloces
dentro de la metra. Sentándose junto a la reja del parque acercaba su ojo a la
metra y lo alejaba, y en ese ir y venir observaba que se movían algunas cosas
de colores en su interior… cuando por fin acercó la metra lo más que podía a
sus ojos vio unos seres pequeñitos dentro y del susto la tiró al piso. No podía
creerlo. La tomó de nuevo rápidamente, y ya sin ningún miedo, comenzó ver cómo
se movían esos seres minúsculos. Lo que más le llamaba la atención es que eran
todos de doble figura. Cada uno se duplicaba así mismo. Andrés se reía de lo
que hacían. De pronto escuchó a lo lejos varios gritos, y en segundos sintió
muchos empujones. Andrés cae al piso, y entre muchísimas carcajadas que oye ve
aterrorizado que todos sus amigos también estaban duplicados.
7
Claudio,
el niño de la gran imaginación, caminaba por un laberinto que él mismo había
inventado. Ya hace mucho tiempo que lo había soñado, hasta que hoy lo quiso
hacer realidad. Mientras caminaba colocaba a su voluntad los obstáculos y los
desvíos. Disfrutaba mucho más cuando se perdía entre ellos; ya al no tener
salida él se inventaba siempre una. En medio del juego observó algo extraño,
los obstáculos y desvíos se colocaban sin él pensarlo o decidirlo. Apresuraba
entonces los pasos para no perderse y mientras más rápido caminaba más cosas se
le ponían en frente. El laberinto, inesperadamente, tomó el poder. Pero como
Claudio era muy valiente, aceptó el reto y buscó llegar a la salida. Corrió a
toda velocidad por los caminos, por las curvas que aparecían espontáneamente, y
siempre lograba esquivar todo. De pronto aparece un monstruoso ser, con diez
cabezas y diez brazos, escupiendo fuego a todos lados… y allí Claudio ya no
supo qué hacer, no podía ni pensar… se entristeció mucho y quiso despertar.
8
Rodeado
en mi cuarto de infinitas bestias y demonios, todas creaciones de mi otredad,
incólume, él decidió cerrar mis ojos y penetró el cielo en mi cama.
9
Fumaba
aquella fría noche, en la azotea de un edificio abandonado, un trozo del coleto
seco que robé del baño público de la plaza, y recostado al instante pude ver, tras
intensas y aceleradas bocanadas, la lucha de los grandes dioses hititas y
asirios por apoderarse de los cielos.
10
No
comprendía la burla de los demás. Seguía caminando por la acera dejando detrás
las intensas risas. Sin pensarlo me detuve. Arranqué el poste de luz con todas
mis fuerzas y sentía como aplastaba a cada uno mientras, sin poder detenerlas,
las risas ya me ensordecían.
11
Lloré
aquella noche sin sentido. Comenzó a llover y un frío inadvertido se apoderó de
mi cuarto. Las paredes se helaron rápidamente y todo el cuarto se impregno de
un intenso hielo. El hielo comenzó a crecer descontroladamente hasta
presionarme entre sus enormes paredes. No podía ya respirar… sentí entonces cómo
la asfixia del recuerdo se consumaba en un absoluto congelamiento.
12
Llegué
esa madrugada a casa con mucha hambre. Fui a la cocina y prendí la luz.
Innumerables chiripas y cucarachas corría encima de las hornillas de la cocina.
Rápidamente busqué el insecticida sin embargo todas ya habían escapado. Vi sólo
una que entraba a una de las hendiduras de la madera podrida del fregador.
Descargué mi furia a través del chorro de insecticida por el hueco. Fue
sorpresiva la gran cantidad de chiripas y cucarachas que salieron desesperadas.
De pronto sentí todo nublado, una extraña emanación de gas oscuro invadió la
cocina. La asfixia desorientaba todos mis pasos. En ese mismo momento vi arriba
una extraña luz indescriptible, y venía hacia mí, a una gran velocidad, una
inmensa sandalia etérea.
13
Tenía
tres semanas en una obsesión espantosa de cómo hallar alguna fórmula matriz
para comprender el Todo. Los fenómenos que aprehendía y lograba formular se me
iban de inmediato cuando se agregaban otros fenómenos que al principio no
consideraba. Lo extraño de estas intensas elucubraciones era que se me ocurrían
cada vez que me bañaba… y la terrible consecuencia era que, siempre que me
secaba en mi cuarto, dudaba si me había o no lavado el rabo. Ya obstinado en
estas tediosas dudas diarias decidí no lavarme más nunca el mismo y ahora,
felizmente, teorizo sobre cómo inventar una máquina que dé algodón de azúcar
tecnicolor.
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