Los conocimientos podemos comprenderlos como espacios y momentos de juegos y pasiones que, como entes ya experimentados, esperan la llegada de otros curiosos saturados de nuevo placer. Y es así, al parecer, que evoluciona todo saber, pues sólo se alcanzan nuevas dimensiones gnoseológicas cuando se acepta la locura y el acto placentero de pensar otras palabras, otro lenguaje. Lo curioso de todo esto que estos dos principios, por llamarlos de algún modo, son enteramente ilógicos, discontinuos, y, para su aceptación convencional, cumple con una triste lógica historicista que, no obstante, jamás podríamos negar, o ¿negarnos?
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